«Tras varias visitas a la isla, sentía la inquietud de que escondía algo que me iba a nutrir. Después de estar pintando allí algunas semanas, no acababa de ver claramente qué era lo que me atraía plásticamente de ella. Desde luego que sus colores, los infinitos matices de las pieles de sus gentes, las vestimentas etc. son algo bonito y novedoso. Pinté algunas obras que me dejaban impasible, no reflejaban lo que buscaba, no era ese el motor, ni esa especie de energía que me hacía seguir reflexionando atraído por «nosequé».
A la vuelta, ya en el estudio, la incógnita seguía presente. Volví con una buena documentación fotográfica, y además mantenía contacto con nuevos amigos del poblado donde me alojé, algo que me ayudó a descubrir qué era lo que me tenía inquieto.
Un pueblo, unas costumbres, una sociedad que cambia a cada momento, pasan cosas sin que sus habitantes tengan voluntad de generarlo. Son creadores de momentos únicos, se tiene la sensación de que siempre todo está continuamente en movimiento. Esto es debido a que hacen la gran parte de su vida en la calle y siempre en conjunto, trabajan, hablan simplemente están.
Dicho movimiento hace posible que los elementos cambien continuamente y ocurran escenas en las que pasan muchas cosas en poco tiempo. Los niños juegan, los pescadores quitan escamas, entra una embarcación, una familia de turistas bucea, ves a los peces nadar, la espuma es de color horchata, pasa una bici por encima y la horchata se vuelve violeta. Y en unos segundos entra una nube tan blanca que lo ilumina todo. Eso conlleva que un sinfín de texturas y sensaciones creen escenarios cargados de riqueza cromática.
A estas circunstancias se suma algo impresionante de ver, y es un cielo que cambia y se mueve aún más rápido que su sociedad. Todo el tiempo transitan por la isla unas nubes que van desde tonos negruzcos amoratados a unas nubes «algodón» que reflejan una luz abrumadora como no había visto en ningún lugar. Tal movimiento de nubes crea una variación de luces, modificando y transmutando todos los elementos en cuestión de segundos.
Este hecho de querer algo y no saber el por qué, me recuerda a los anuncios de refrescos que ponían en el cine entre fotogramas. Hacía que te apeteciese ese refresco sin ser plenamente consciente. Eso que tus ojos no son capaces de ver, pero la mente sí. Así fui comprendiendo que lo que quería pintar no era una imagen en concreto, era un conjunto de todo ello, una bomba de alegría donde confluyen de forma natural colores y escenas tan especiales. En resumen, pura belleza y vida era ese «nosequé».»
